Constante
Todo es constante al salir del bar de la esquina. Ni una puta hoja seca en este otoño aterrador sin viento ni tristeza. Y yo babeando por una mocosa del Kremlin, o por un semáforo descompuesto como si tuviera seis o siete años menos. Por suerte un día todo esto acabará y las palabras prohibidas pasarán a ser santas y saldrán a la luz como burbujas de mi boca. Legará el tiempo feliz –como te gusta profetizar- en donde los niños se caguen de frío en los días de otoño.
No, no hay manera, vuelvo y vuelvo inconscientemente, como un loco, como un desquiciado de la cabeza, del bocho. Con un trompo en una oreja y una vida lista para el libertinaje puedo casi asegurar el éxito de mi gestión rusa. Me resulta difícil, muy difícil o quizás intolerable el hecho de que todo se torne gris y cosquilleante como un sueño, como una pierna dormida, como un otoño en Moscú.
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