Si quisiera Moscú
No puedo evitar volver una y otra vez al mismo bar. Una vez que el alcohol afloja la lengua se superan las barreras idiomáticas y vuelvo a sumirme en las mismas discusiones airadas, el fútbol, la camaradería... Sin embargo los ojos de Amparo en un rostro caucásico me hacen salir a la calle.
Pero no era Amparo. La niebla se tragó la otra vereda, y los autos aparecen y desaparecen entre volutas de un gris frio y pegajoso. Aparentemente la niebla en Moscú siempre fue un problema serio. Las paredes se llenan de moluscos y de caras conocidas. Hasta los sonidos se vuelven untuosos y repugnantes. El frio me lame la cara y me muerde los tobillos. Y se me ocurre que ya pasé por todo esto. Soñar debería ser lo mismo, en Moscú o en cualquier parte.
Creo que estoy en lado occidental, se nota en el espíritu optimista y alegre que emana de los escaparates. La niebla es menos densa y se alcanzan a ver luces como de árbol de navidad del otro lado de la calle. De a poco estoy empezando a reconocer los lugares por donde paso. Alguna esquina, una plaza con juegos, la cara de Amparo que ahora se me aparece completa pero en un cuerpo equivocado.
Pero creo que no es Amparo, ni soy yo. Ni siquiera Moscú. Creo que ya es hora de llegar al final de esta letanía y descubrir que estoy desnudo en una multitud, salvo por la corbata azul.
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