Roco Mouras

Monday, November 22, 2004

Buda

El Mono vomitaba las mariposas amarillas de la noche anterior, las langostas huían del huracán y un contrabajista manco musicalizaba la espera en un semáforo de Pasteur. Más lejos, en Almagro quizás, siete princesas buscaban infructuosamente al enano panadero que se robó la sortija.

Todo esto vió Buda, desde su alfombra mágica, mientras sobrevolaba avenida Córdoba.

Recuerdos de Once II

Un mes de silencio terapéutico y un regreso a Buenos Aires. Esta vez no pudo fallar.

Cuando en pleno Once la temperatura supera los 35 grados, el aire acondicionado del bar es apenas una pequeña ficción que nos permite mantenernos vivos. O apenas vivos. O apenas cuerdos. El café de todos modos está demasiado liviano, está frío, y la leche venció hace al menos 72hs.

Las cosas parecen haber cambiado radicalmente este mes. Debería hablarles de Juli, pero sería trillado. Por otro lado, sólo serviría a vuestro propósito masturbatorio, sólo alimentaría vuestro morbo infértil, vuestro infame voyeurismo. La necesidad de vivir una vida que no tienen, y yo ahora sí. Juli tiene que venir en un rato. Quizás ella les cuente.

Pinamar fue un antes y un después. Todo el vodka inútil, todas esas tormentas, y la respuesta a tan sólo 400kms.

El mozo se acercó. "Vos sos Roco?". "Llamó Juli, dice que recibió tu mensaje pero que no va a venir.".

"Ah, también dijo que te vayas a la reputa madre que te parió."

La rebelión de los pájaros – (para Noe)

“Había” dijo un peludo con pantalón verde que pasaba por debajo del árbol donde el lorito estaba pertrechado. Acto seguido la pelambre infernal recibió una feroz cagada de loro perteño. “Peludo, peludo” cacareaba el lorito.

“Cuando el automóvil...” dijo un pelado de pantalón gris y silueta esbelta que pasaba por debajo del semáforo en donde la palomita de la paz descansaba. Pero no llegó a terminar la frase pues recibió en su lustrosa pelada celestial un sorongo de paloma. Los espectadores de tan dichoso espectáculo clavaban sus ojos en la ofendida pelada mientras oían un erudito discurso de todas las puteadas conocidas en el gran Buenos Aires.

“Pasame el siet...” decía el golfista de chaleco canchero y zapatos ridículos con Espanta Alimañas. Pero no logró terminar la palabra pues un tero patrio dejo caer un bolo fecal digno de un titán con habilidad suficiente como para dar en su ojo izquierdo. A lo lejos se oía un canto de victoria “Tero, Tero!”.

Un curita bueno intentaba explicar “...porque el Señor...” pero nadie escuchó su truncada disertación ya que de un balcón vecino cayó un palomón de un ñandú. Parece que un excéntrico tenía al animal en forma clandestina desde hacía algunos meses. De vez en cuando el bicho se escapaba, salía al balcón y hacía de las suyas. Cuando el curita miró al cielo en busca de una explicación del Señor de porqué su persona había sido la elegida como pista de aterrizaje de tan exótica mierda un segundo estruendo pintó su cara de blanco, mientras se escuchaba la típica risa del ñandú.

Los niños de la salita roja jugaban en el parque como cada día. Quizás la fatalidad, quizás el azar, quizás algún demonio de turno, no lo sabemos, pero podemos asegurar que cada uno de los niños volvió a su casa con un manchón blanco típico de cagada de pingüino en su ropa. Claro que ninguna maestra ni ninguna madre imaginó el origen intestinal de la aureola que ostentaban los niños.


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