Un día cualquiera en mi Moscú natal
Hay dos errores típicos que se cometen en los viajes a Moscú. Uno de ellos es objetivo y difícil de controlar. Tiene que ver con la nieve, con los insectos y con la espuma del mar. Las olas y el viento. El otro de los errores cometidos comúnmente en estas regiones donde nada crece no es otro que el error del superviviente nato, que consiste en la opresión del tórax por parte de sustancias tóxicas a veces embotelladas, a veces verdes, a veces cercanas. Este error se clasifica como subjetivo ya que cada cual puede, y debe, dejarse de joder y entender que carajo es lo que está pasando. Es decir, no hay manera de disociar la pesada carga matinal de los hondos poros que se arraigan día a día en los sueños nocturnos y periféricos del Moscú central. Esta vez la carga de alta tensión es para fortalecer las ambiciones de millones de otros seres que están por fuera de mi estropeada cabeza negra de humo y perdón.
Aprendí cosas: cuando un barco zarpa hacia Moscú, los rituales indígenas celebrados hacen que el más optimista se cague encima dejando atónitos a todos los espectadores ocasionales o casuales. Parte de la patria se juega en el partido de cada barco rumbo al sur extremo del Moscú ártico.